El caso del uke renuente
El siguiente artículo se preparó con la amable ayuda de Jon Aoki, de los EE.UU.
Para los que no nos sentimos congénitamente atraídos por la violencia, el entrenamiento de aikido presenta a veces problemas que son difíciles de soslayar. Se presentan bajo forma humana y con distintos tipos de personalidad. Entre ellas se encuentra la del uke reacio.
Es el tipo que intenta bloquear todos tus esfuerzos de aplicar una técnica, y que encuentra un placer altivo en negarse a caer. Dedica su tiempo en el tatami a tratar de demostrar que tus técnicas no funcionan. Y a veces lo consigue.
Puede ser nuevo en el aikido, al que ha llegado procedente de otro arte marcial o, peor, alguien con años de experiencia que sabe exactamente como convertirse en un estorbo con la máxima efectividad.
Normalmente no parece entender lo destructivo y carente de sentido que es su comportamiento, y ni una pizca de la filosofía del aikido se le mete dentro. Lo ve todo en términos competitivos y cree que todas las técnicas tienen que funcionar, independientemente de las circunstancias. Prácticamente nunca abandona la práctica.
¿Cuántas personas han dejado el aikido por su causa? ¿A cuantas mujeres ha alejado del arte su comportamiento machista? ¿A cuántos instructores honestos y sinceros ha hecho colgar la hakama, convencidos de que no están capacitados para enseñar?
A veces el uke reticente es asequible a la razón y responde a una pequeña charla, siempre y cuando se le de al comienzo de su carrera. Por cierto que no hay que confundirle con el uke que agarra con firmeza o ataca con sinceridad para que ambos participantes puedan explorar y descubrir el significado del aikido. La diferencia está en la actitud y en la intención.
Desde luego, al uke reticente se le puede manejar físicamente, con un oportuno atemi o un doloroso y peligroso acortamiento de una técnica, y algunos instructores se han ganado una reputación aterradora por aplicar este tratamiento de ojo por ojo, pero muchos no nos decidimos a responder de esta manera. Normalmente el esfuerzo de bloquear una técnica convierte al que bloquea en objetivo fácil para un puñetazo, pero la revancha no concuerda con los objetivos del aikido, y podría llevar a un continuo intercambio que no sería distinto de una competición.
Mi propio hijo pasó por una época (por fortuna breve) en que se convirtió en un uke verdaderamente muy reticente. Mientras yo demostraba lentamente una técnica ante la clase, en medio de ella aplicaba de golpe toda su fuerza para bloquearla. Responder con un atemi no era en absoluto una opción, dadas las circunstancias.
También teníamos en la clase un campeón de levantamiento de peso que aplicaba su descomunal fuerza en el momento más inesperado. Una vez en que hacíamos kokyuho estiró de golpe mis brazos hacia él, los rodeó con sus músculos y los atrapó bajo sus axilas. Aparte de golpearle con la cabeza o morderle la nariz —opciones que no consideraba apropiadas o necesarias— estaba indefenso.
Sin duda los lectores habrán tenido experiencias similares y reconocerán el tipo de actitud. Es un tipo que representa muy bien un instructor de artes marciales chinas al que conocí en Hong Kong. Le visite únicamente a propuesta a un amigo, que dijo que al hombre en cuestión le gustaría conocerme y tendría interés en intercambiar conocimientos. Pero durante el encuentro se mostró muy suspicaz y comenzó a interrogarme sobre los motivos que me habían llevado a visitarle. Estaba a punto de dar por zanjado el encuentro y considerarlo un extravío intercultural más, cuando el tipo dijo vale, enséñame algo de aikido.
Pensando en empezar por nikyo, le invite a agarrar mi muñeca, ante lo cual hizo el comentario, memorable y sin duda perfectamente lógico desde su punto de vista: ¿Por qué iba a hacer alto tan estúpido como eso? Obviamente, veía todo el encuentro como un reto destinado a probarlo o a demostrarle que mi técnica era superior a la suya.
Desafortunadamente, muchos aikidoka tienen la misma actitud, errando en kilómetros el objetivo del entrenamiento y no queriendo ver que el aikido es defensivo y no ofensivo, y que sus objetivos trascienden el ganar y el perder. Cuando abrazas el aikido, tienes que dejar de lado el mismo concepto de ganar y perder, y centrarte en alcanzar la armonía. No se puede estar en misa y repicando.
Ver el aikido en términos competitivos es como tratar de demostrar algo que no se puede demostrar. Alguna vez hasta un japonés exhibirá esta actitud, aunque el respeto por la autoridad que hay en el Japón suele alejarse de esto, y la mayoría de aikidoka japoneses parecen aceptar el sistema nage-uke (el que actúa – el que recibe) de entrenamiento cooperativo. Un amigo japonés me contó, bajo la influencia del alcohol, que le encantaría poner a prueba aunque fuera una sola vez la habilidad de su sensei no cayendo educadamente cada vez. ¡Añadió que estaba dispuesto a pagarse las facturas del hospital! En general, los japoneses tienen más inclinación a abusar de su posición como nage y vapulear a sus desafortunados y obedientes uke, aunque en el Japón he conocido a más de estos últimos.
Lo que me intriga tanto no es sólo el hecho de que la gente parezca incapaz de pensar fuera de los parámetros de una competición, sino que confunde el entrenamiento en el dojo con la realidad. Conseguir que el uke reacio entienda esto suele ser un gran reto (¡si al menos se marchara y se apuntara a un deporte competitivo como el judo o el karate, en los que podría bloquear hasta hartarse!). El aikido, al fin y al cabo, no es para los que sienten la necesidad de defender su ego en todo momento. Dentro de ciertos límites, siempre podemos aprender algo al tratar de conectar con el modo de pensar de estos individuos tan contrarios, pero hay que observar esos límites, porque ir más allá de ellos puede ser contraproducente, como poco.
Para los que no nos sentimos congénitamente atraídos por la violencia, el entrenamiento de aikido presenta a veces problemas que son difíciles de soslayar. Se presentan bajo forma humana y con distintos tipos de personalidad. Entre ellas se encuentra la del uke reacio.
Es el tipo que intenta bloquear todos tus esfuerzos de aplicar una técnica, y que encuentra un placer altivo en negarse a caer. Dedica su tiempo en el tatami a tratar de demostrar que tus técnicas no funcionan. Y a veces lo consigue.
Puede ser nuevo en el aikido, al que ha llegado procedente de otro arte marcial o, peor, alguien con años de experiencia que sabe exactamente como convertirse en un estorbo con la máxima efectividad.
Normalmente no parece entender lo destructivo y carente de sentido que es su comportamiento, y ni una pizca de la filosofía del aikido se le mete dentro. Lo ve todo en términos competitivos y cree que todas las técnicas tienen que funcionar, independientemente de las circunstancias. Prácticamente nunca abandona la práctica.
¿Cuántas personas han dejado el aikido por su causa? ¿A cuantas mujeres ha alejado del arte su comportamiento machista? ¿A cuántos instructores honestos y sinceros ha hecho colgar la hakama, convencidos de que no están capacitados para enseñar?
A veces el uke reticente es asequible a la razón y responde a una pequeña charla, siempre y cuando se le de al comienzo de su carrera. Por cierto que no hay que confundirle con el uke que agarra con firmeza o ataca con sinceridad para que ambos participantes puedan explorar y descubrir el significado del aikido. La diferencia está en la actitud y en la intención.
Desde luego, al uke reticente se le puede manejar físicamente, con un oportuno atemi o un doloroso y peligroso acortamiento de una técnica, y algunos instructores se han ganado una reputación aterradora por aplicar este tratamiento de ojo por ojo, pero muchos no nos decidimos a responder de esta manera. Normalmente el esfuerzo de bloquear una técnica convierte al que bloquea en objetivo fácil para un puñetazo, pero la revancha no concuerda con los objetivos del aikido, y podría llevar a un continuo intercambio que no sería distinto de una competición.
Mi propio hijo pasó por una época (por fortuna breve) en que se convirtió en un uke verdaderamente muy reticente. Mientras yo demostraba lentamente una técnica ante la clase, en medio de ella aplicaba de golpe toda su fuerza para bloquearla. Responder con un atemi no era en absoluto una opción, dadas las circunstancias.
También teníamos en la clase un campeón de levantamiento de peso que aplicaba su descomunal fuerza en el momento más inesperado. Una vez en que hacíamos kokyuho estiró de golpe mis brazos hacia él, los rodeó con sus músculos y los atrapó bajo sus axilas. Aparte de golpearle con la cabeza o morderle la nariz —opciones que no consideraba apropiadas o necesarias— estaba indefenso.
Sin duda los lectores habrán tenido experiencias similares y reconocerán el tipo de actitud. Es un tipo que representa muy bien un instructor de artes marciales chinas al que conocí en Hong Kong. Le visite únicamente a propuesta a un amigo, que dijo que al hombre en cuestión le gustaría conocerme y tendría interés en intercambiar conocimientos. Pero durante el encuentro se mostró muy suspicaz y comenzó a interrogarme sobre los motivos que me habían llevado a visitarle. Estaba a punto de dar por zanjado el encuentro y considerarlo un extravío intercultural más, cuando el tipo dijo vale, enséñame algo de aikido.
Pensando en empezar por nikyo, le invite a agarrar mi muñeca, ante lo cual hizo el comentario, memorable y sin duda perfectamente lógico desde su punto de vista: ¿Por qué iba a hacer alto tan estúpido como eso? Obviamente, veía todo el encuentro como un reto destinado a probarlo o a demostrarle que mi técnica era superior a la suya.
Desafortunadamente, muchos aikidoka tienen la misma actitud, errando en kilómetros el objetivo del entrenamiento y no queriendo ver que el aikido es defensivo y no ofensivo, y que sus objetivos trascienden el ganar y el perder. Cuando abrazas el aikido, tienes que dejar de lado el mismo concepto de ganar y perder, y centrarte en alcanzar la armonía. No se puede estar en misa y repicando.
Ver el aikido en términos competitivos es como tratar de demostrar algo que no se puede demostrar. Alguna vez hasta un japonés exhibirá esta actitud, aunque el respeto por la autoridad que hay en el Japón suele alejarse de esto, y la mayoría de aikidoka japoneses parecen aceptar el sistema nage-uke (el que actúa – el que recibe) de entrenamiento cooperativo. Un amigo japonés me contó, bajo la influencia del alcohol, que le encantaría poner a prueba aunque fuera una sola vez la habilidad de su sensei no cayendo educadamente cada vez. ¡Añadió que estaba dispuesto a pagarse las facturas del hospital! En general, los japoneses tienen más inclinación a abusar de su posición como nage y vapulear a sus desafortunados y obedientes uke, aunque en el Japón he conocido a más de estos últimos.
Lo que me intriga tanto no es sólo el hecho de que la gente parezca incapaz de pensar fuera de los parámetros de una competición, sino que confunde el entrenamiento en el dojo con la realidad. Conseguir que el uke reacio entienda esto suele ser un gran reto (¡si al menos se marchara y se apuntara a un deporte competitivo como el judo o el karate, en los que podría bloquear hasta hartarse!). El aikido, al fin y al cabo, no es para los que sienten la necesidad de defender su ego en todo momento. Dentro de ciertos límites, siempre podemos aprender algo al tratar de conectar con el modo de pensar de estos individuos tan contrarios, pero hay que observar esos límites, porque ir más allá de ellos puede ser contraproducente, como poco.
El entrenamiento en el dojo no es una cuestión de vida o muerte, y hay muchas cosas que no puedes ni necesitas hacer en el contexto del entrenamiento. Igual que no le puedes hacer ikkyo a un elefante ni kokyuho a una pared de ladrillo, hay algunos uke a los que no se les puede proyectar contra su voluntad sin que nage recurra a tácticas peligrosas o violentas, alejándose al hacerlo de los principios del entrenamiento de aikido.
Cómo reacciones depende de tu entrenamiento y de tu filosofía personal: una carcajada o incluso una sonrisa pueden ser suficiente. Aunque el impulso de sugerir, de una forma u otra, que esos uke se vayan con viento fresco puede ser bastante intenso, tenemos que aprender a echar un metafórico paso atrás (lo que también es juicioso desde el punto de vista técnico) y serenamente negarnos a seguirle el juego al uke reacio. Incluso si no puedes hacer nada con él, en el fondo no importa, porque después de todo sólo es un juego. Paradójicamente, darse cuenta de este hecho puede ser todo lo que haga falta para que la técnica funcione, pero hay que aceptar el hecho de que no les puedes ganar siempre.
Cuando sea tu turno de hacer de uke y sientas que podrías para el movimiento de tu compañero, tienes que resistir la tentación y dejarle que complete la técnica. ¿Qué vas a perder? ¿Qué ganarías del otro modo? Desde luego, bloqueándola le muestras a tu compañero lo inadecuado de su técnica, pero hay formas más positivas de ayudarle a mejorar y de animarle a haceerlo.
Algunos instructores preceden su demostración de una técnica con una versión realista, en lugar de la versión estándar de dojo. Esto es un enfoque tipo poli malo—poli bueno, en el que explicas como rompe run brazo con ikkyo, reventar una cabeza con shihonage o estrujar una muñeca con sankyo, sin olvidar la destrucción que se puede infligir con un potente atemi. Y luego pasas al aikido… “pero, en el dojo, lo hacemos así”. Aunque está bien hasta cierto punto, este enfoque se presta a la mentalidad competitiva y puede convertirse en un fin en sí mismo, para perjuicio del espíritu del aikido.
La mentalidad competitiva puede invadir un dojo como un virus contra el que una atmósfera de entrenamiento constructiva y armoniosa ofrece poca inmunidad. Los recién llegados se sienten intimidados y no abren la boca, y a menudo el instructor también se siente incapaz de hacerlo sin quedar mal. Puede que sienta que debería ser capaz de encargarse de todo eso, igual que O-Sensei en los viejos tiempos aceptaba los desafíos de todo el que viniera.
Es mucho mejor, me parece, aceptar que ni somos O-Sensei ni estamos en los viejos tiempos. Es responsabilidad del instructor proteger a sus alumnos de las personas ignorantes y asegurar que el dojo sea un lugar donde se puede aprender algo que merezca la pena, en el que los estudiantes se tratan con mutuo respeto, y no un campo de batalla para egos huecos empeñados en hacerlo mejor que el de al lado. El dojo debe ser un santuario donde experimentar con seguridad ideas y técnicas que buscan un resultado totalmente diferente.
La diferencia entre el entrenamiento y la realidad (y entre un deporte de competición y una vía marcial) la ilustra bien el aikidoka que respondió a un reto de un practicante de judo presentándose con una espada atravesada en el cinto. Sin embargo, hoy en día no es muy práctico decirlo con espadas cuando el taijutsu parece no funcionar, pero otra arma a menudo subestimada es la palabra hablada. A pesar de la tradición estoica del budo, que valora al tipo duro y callado, creo que es adecuado hablar cuando te encuentras al uke reacio e intolerante. Desde luego no es fácil de hacer y requiere determinación. Puede que no le cambie para siempre, pero desde luego puede hacer la vida más soportable para muchos miembros del dojo, o sea para los que de verdad quieren aprender aikido y no tienen interés en competir. Si se le deja a su aire, el uke reacio sólo se vuelve más y más reacio.
Desafortunadamente, el orden jerárquico suele intimidar a los principiantes, que son los que tienen más posibilidades de sufrir bloqueos y atropellos, pero creo que callar cuando alguien en el dojo hace uso de una fuerza innecesaria es una actitud inadecuada y desfasada. Más aún, siempre es mejor usar la lengua que los puños, y usar los sesos antes de tratar de reventárselos a alguien, o de que traten de reventártelos a ti.
Cuesta librarse de las viejas actitudes, como comprobé en una reciente visita al Japón. Estaba sentado con un grupo de alumnos en uno de los dojo en los que entrenaba, cuando alguien mencionó mis artículos en Aikido Journal. El sensei presente dijo “Es interesante que hoy en día prácticamente cualquiera pueda escribir sobre el aikido, cuando en los viejos tiempos sólo los profesores de más arriba se atrevían a hacerlo”. En realidad usó las palabras japonesas “se les permitía hacerlo”, lo que dice bastante.
Cómo reacciones depende de tu entrenamiento y de tu filosofía personal: una carcajada o incluso una sonrisa pueden ser suficiente. Aunque el impulso de sugerir, de una forma u otra, que esos uke se vayan con viento fresco puede ser bastante intenso, tenemos que aprender a echar un metafórico paso atrás (lo que también es juicioso desde el punto de vista técnico) y serenamente negarnos a seguirle el juego al uke reacio. Incluso si no puedes hacer nada con él, en el fondo no importa, porque después de todo sólo es un juego. Paradójicamente, darse cuenta de este hecho puede ser todo lo que haga falta para que la técnica funcione, pero hay que aceptar el hecho de que no les puedes ganar siempre.
Cuando sea tu turno de hacer de uke y sientas que podrías para el movimiento de tu compañero, tienes que resistir la tentación y dejarle que complete la técnica. ¿Qué vas a perder? ¿Qué ganarías del otro modo? Desde luego, bloqueándola le muestras a tu compañero lo inadecuado de su técnica, pero hay formas más positivas de ayudarle a mejorar y de animarle a haceerlo.
Algunos instructores preceden su demostración de una técnica con una versión realista, en lugar de la versión estándar de dojo. Esto es un enfoque tipo poli malo—poli bueno, en el que explicas como rompe run brazo con ikkyo, reventar una cabeza con shihonage o estrujar una muñeca con sankyo, sin olvidar la destrucción que se puede infligir con un potente atemi. Y luego pasas al aikido… “pero, en el dojo, lo hacemos así”. Aunque está bien hasta cierto punto, este enfoque se presta a la mentalidad competitiva y puede convertirse en un fin en sí mismo, para perjuicio del espíritu del aikido.
La mentalidad competitiva puede invadir un dojo como un virus contra el que una atmósfera de entrenamiento constructiva y armoniosa ofrece poca inmunidad. Los recién llegados se sienten intimidados y no abren la boca, y a menudo el instructor también se siente incapaz de hacerlo sin quedar mal. Puede que sienta que debería ser capaz de encargarse de todo eso, igual que O-Sensei en los viejos tiempos aceptaba los desafíos de todo el que viniera.
Es mucho mejor, me parece, aceptar que ni somos O-Sensei ni estamos en los viejos tiempos. Es responsabilidad del instructor proteger a sus alumnos de las personas ignorantes y asegurar que el dojo sea un lugar donde se puede aprender algo que merezca la pena, en el que los estudiantes se tratan con mutuo respeto, y no un campo de batalla para egos huecos empeñados en hacerlo mejor que el de al lado. El dojo debe ser un santuario donde experimentar con seguridad ideas y técnicas que buscan un resultado totalmente diferente.
La diferencia entre el entrenamiento y la realidad (y entre un deporte de competición y una vía marcial) la ilustra bien el aikidoka que respondió a un reto de un practicante de judo presentándose con una espada atravesada en el cinto. Sin embargo, hoy en día no es muy práctico decirlo con espadas cuando el taijutsu parece no funcionar, pero otra arma a menudo subestimada es la palabra hablada. A pesar de la tradición estoica del budo, que valora al tipo duro y callado, creo que es adecuado hablar cuando te encuentras al uke reacio e intolerante. Desde luego no es fácil de hacer y requiere determinación. Puede que no le cambie para siempre, pero desde luego puede hacer la vida más soportable para muchos miembros del dojo, o sea para los que de verdad quieren aprender aikido y no tienen interés en competir. Si se le deja a su aire, el uke reacio sólo se vuelve más y más reacio.
Desafortunadamente, el orden jerárquico suele intimidar a los principiantes, que son los que tienen más posibilidades de sufrir bloqueos y atropellos, pero creo que callar cuando alguien en el dojo hace uso de una fuerza innecesaria es una actitud inadecuada y desfasada. Más aún, siempre es mejor usar la lengua que los puños, y usar los sesos antes de tratar de reventárselos a alguien, o de que traten de reventártelos a ti.
Cuesta librarse de las viejas actitudes, como comprobé en una reciente visita al Japón. Estaba sentado con un grupo de alumnos en uno de los dojo en los que entrenaba, cuando alguien mencionó mis artículos en Aikido Journal. El sensei presente dijo “Es interesante que hoy en día prácticamente cualquiera pueda escribir sobre el aikido, cuando en los viejos tiempos sólo los profesores de más arriba se atrevían a hacerlo”. En realidad usó las palabras japonesas “se les permitía hacerlo”, lo que dice bastante.
No estoy seguro de si este comentario iba para mi o era sólo una generalización. Sin embargo, creo que cualquiera tiene derecho a hablar o escribir sobre el aikido, independientemente del rango o la experiencia. Depende del oyente o lector decidir cuánta credibilidad otorgar a sus palabras. La libertad de expresión no es más que uno de los pilares de la democracia con los que muchos japoneses de las viejas generaciones parecen tener dificultades.
Cuando se trata de reflexiones místicas tipo O-Sensei y cualquier intento de explicarlas en palabras, estaría de acuerdo en que el que habla no sabe, y sería el primero en aceptar el castigo divino que me cayera encima si alguna vez pretendiera tener acceso a ese tipo de conocimiento. Sospecho que tal castigo no sería tan teatral como un rayo caído del cielo, sino que más bien tomaría la forma de un gradual hundimiento en cotas de ignorancia cada vez mayores. Acabaría como el proverbial hombre sin linterna que, metido en la carbonera, busca un gato negro ¡que no está ahí! En ese sentido, la ignorancia es su propia recompensa. Es el riesgo que hay que correr cuando se abre la boca acerca de cualquier cosa, aunque esto no debería detener a nadie que quisiera protestar ante violaciones manifiestas del espíritu del aikido.
Carboneras aparte, el aikido tiene un lado oscuro, que pone de manifiesto el uke reacio, y si los practicantes veteranos se han vuelto indiferentes a ello, es importante que los principiantes y los que todavía pueden ver con claridad lo señalen por los medios de que dispongan. Tienen tanto derecho como cualquier otro a quejarse.
La experiencia no lleva automáticamente a la iluminación, y lo que algunos sensei dicen es verdadera mugre, mientras que algunas personas corrientes pueden ofrecer mucha más sabiduría. Es una triste suposición presumir que las personas con una larga experiencia en el aikido son de algún modo superiores. De igual modo, cualquier regla no escrita que impide que una persona proteste por el abuso de poder de los que están arriba debería tirarse al cubo de la basura de las tradiciones absurdas y sin valor.
El peligro de insensibilizarse psicológicamente a la violencia aumenta cada vez que se hace caso omiso de ésta, y sólo hay que mirar a lo que está aconteciendo en Europa ahora mismo para ver el resultado final de esta actitud.
El viejo dicho romano de si vis pace para bellum (si quieres la paz, prepara la guerra) es otra muestra de sabiduría tradicional que no casa con los hechos observables. La preparación para la guerra siempre ha conducido a la guerra, y es deprimente que esto se esté llevando a cabo incluso mientras lo hablamos.
Deberíamos agradecer a la fortuna que podamos practicar el aikido, dónde se manifiesta el aspecto contrario del espíritu humano.
Lo mínimo que podemos hacer es esforzarnos por mantener la paz y la armonía en nuestro entrenamiento de aikido, por insignificante que pueda parecer en comparación con la magnitud y el horror de los acontecimientos destructivos globales actuales.
Ya hay conflicto más que suficiente en el mundo.
Veamos si podemos encontrar otra vía.
Cuando se trata de reflexiones místicas tipo O-Sensei y cualquier intento de explicarlas en palabras, estaría de acuerdo en que el que habla no sabe, y sería el primero en aceptar el castigo divino que me cayera encima si alguna vez pretendiera tener acceso a ese tipo de conocimiento. Sospecho que tal castigo no sería tan teatral como un rayo caído del cielo, sino que más bien tomaría la forma de un gradual hundimiento en cotas de ignorancia cada vez mayores. Acabaría como el proverbial hombre sin linterna que, metido en la carbonera, busca un gato negro ¡que no está ahí! En ese sentido, la ignorancia es su propia recompensa. Es el riesgo que hay que correr cuando se abre la boca acerca de cualquier cosa, aunque esto no debería detener a nadie que quisiera protestar ante violaciones manifiestas del espíritu del aikido.
Carboneras aparte, el aikido tiene un lado oscuro, que pone de manifiesto el uke reacio, y si los practicantes veteranos se han vuelto indiferentes a ello, es importante que los principiantes y los que todavía pueden ver con claridad lo señalen por los medios de que dispongan. Tienen tanto derecho como cualquier otro a quejarse.
La experiencia no lleva automáticamente a la iluminación, y lo que algunos sensei dicen es verdadera mugre, mientras que algunas personas corrientes pueden ofrecer mucha más sabiduría. Es una triste suposición presumir que las personas con una larga experiencia en el aikido son de algún modo superiores. De igual modo, cualquier regla no escrita que impide que una persona proteste por el abuso de poder de los que están arriba debería tirarse al cubo de la basura de las tradiciones absurdas y sin valor.
El peligro de insensibilizarse psicológicamente a la violencia aumenta cada vez que se hace caso omiso de ésta, y sólo hay que mirar a lo que está aconteciendo en Europa ahora mismo para ver el resultado final de esta actitud.
El viejo dicho romano de si vis pace para bellum (si quieres la paz, prepara la guerra) es otra muestra de sabiduría tradicional que no casa con los hechos observables. La preparación para la guerra siempre ha conducido a la guerra, y es deprimente que esto se esté llevando a cabo incluso mientras lo hablamos.
Deberíamos agradecer a la fortuna que podamos practicar el aikido, dónde se manifiesta el aspecto contrario del espíritu humano.
Lo mínimo que podemos hacer es esforzarnos por mantener la paz y la armonía en nuestro entrenamiento de aikido, por insignificante que pueda parecer en comparación con la magnitud y el horror de los acontecimientos destructivos globales actuales.
Ya hay conflicto más que suficiente en el mundo.
Veamos si podemos encontrar otra vía.