La actitud frente al conflicto
Frente a un escenario de hostilidad es común que adoptemos el papel de víctima. En general tendemos a poner en el otro el rol de agresor y de generador de conflictos.
Sin desmedro de la responsabilidad que le puede caber a ese otro, resulta interesante tomar conciencia de las actitudes propias que nos conducen a estas situaciones. Si esto es así, si nuestras propias conductas pueden ser el origen de las agresiones de los demás y si somos capaces de cambiar estas maneras, habremos solucionado al menos el 50% de las situaciones conflictivas a las que nos vemos sometidos. Al mismo tiempo nuestras actitudes pueden constituirse en vallas y diluyentes de buena parte del resto de las fuentes de agresión.
Cuenta la leyenda que un famoso maestro de esgrima japonés desafió en una ocasión a O Sensei (Gran Maestro) Morihei Ueshiba. Cuando estuvieron frente a frente el espadachín desenvainó su katana y se dispuso a atacar. O Sensei permaneció desarmado e imperturbable frente al agresor y así transcurrió un largo momento de gran tensión. El provocador volvió a envainar su espada y se retiró.
Advirtió su impotencia frente a aquel al que había desafiado, percibió que no iba a poder tocarlo siquiera con su arma y que cualquier movimiento de su parte lo único que lograría es abrir paso al ataque demoledor del Maestro.
El entrenamiento en Aikido tiene por objeto formar ese carácter. Cada uno puede alcanzar ese objetivo toda vez que se entrene con regularidad e intensidad. La única obra válida que podemos hacer es transformar nuestra propia actitud a través del entrenamiento y de la guía de un buen maestro. Difícilmente podremos cambiar a los demás sino a través de nuestro propio cambio.
Ese entrenamiento va puliendo, a través de la adquisición de la técnica, la piedra en bruto del espíritu hasta exponerlo como un diamante prístino que deslumbrará al enemigo.
La actitud que nos evoca la anécdota se va formando por la acumulación de una serie de cualidades que forman el verdadero alma y sustento de nuestra acción: La adquisición y dominio de las técnicas, la conformación de una condición física flexible y potente, el entrenamiento de la percepción, la capacidad de dominar nuestro centro y el del ocasional contrincante va desarrollando una actitud de serenidad, de apertura sensorial y de proyección energética que inmoviliza al enemigo y lo priva de su confianza y de su impulso agresivo.
Esto es aplicable al Arte Marcial como a todas las situaciones de enfrentamiento y conflicto que se nos plantean en el diario vivir.
Sin desmedro de la responsabilidad que le puede caber a ese otro, resulta interesante tomar conciencia de las actitudes propias que nos conducen a estas situaciones. Si esto es así, si nuestras propias conductas pueden ser el origen de las agresiones de los demás y si somos capaces de cambiar estas maneras, habremos solucionado al menos el 50% de las situaciones conflictivas a las que nos vemos sometidos. Al mismo tiempo nuestras actitudes pueden constituirse en vallas y diluyentes de buena parte del resto de las fuentes de agresión.
Cuenta la leyenda que un famoso maestro de esgrima japonés desafió en una ocasión a O Sensei (Gran Maestro) Morihei Ueshiba. Cuando estuvieron frente a frente el espadachín desenvainó su katana y se dispuso a atacar. O Sensei permaneció desarmado e imperturbable frente al agresor y así transcurrió un largo momento de gran tensión. El provocador volvió a envainar su espada y se retiró.
Advirtió su impotencia frente a aquel al que había desafiado, percibió que no iba a poder tocarlo siquiera con su arma y que cualquier movimiento de su parte lo único que lograría es abrir paso al ataque demoledor del Maestro.
El entrenamiento en Aikido tiene por objeto formar ese carácter. Cada uno puede alcanzar ese objetivo toda vez que se entrene con regularidad e intensidad. La única obra válida que podemos hacer es transformar nuestra propia actitud a través del entrenamiento y de la guía de un buen maestro. Difícilmente podremos cambiar a los demás sino a través de nuestro propio cambio.
Ese entrenamiento va puliendo, a través de la adquisición de la técnica, la piedra en bruto del espíritu hasta exponerlo como un diamante prístino que deslumbrará al enemigo.
La actitud que nos evoca la anécdota se va formando por la acumulación de una serie de cualidades que forman el verdadero alma y sustento de nuestra acción: La adquisición y dominio de las técnicas, la conformación de una condición física flexible y potente, el entrenamiento de la percepción, la capacidad de dominar nuestro centro y el del ocasional contrincante va desarrollando una actitud de serenidad, de apertura sensorial y de proyección energética que inmoviliza al enemigo y lo priva de su confianza y de su impulso agresivo.
Esto es aplicable al Arte Marcial como a todas las situaciones de enfrentamiento y conflicto que se nos plantean en el diario vivir.